Acordamos hacer la sesión de fotos en una habitación del Hotel Marriott, el concepto era sencillo o inexistente, unas fotos Boudoir aprovechando cualquier aspecto estético de la habitación. Como siempre hago, llegué al lugar una hora antes para recorrer la habitación viendo a través del visor de mi cámara y hacerme una idea de los mejores spots y encuadres que podríamos aprovechar, lo primero que me llamó la atención fue un tocador que había junto a un gran ventanal que daba a la calle y desde el cual se podían ver desde arriba las luces de la ciudad.
Laura llegó treinta minutos tarde diciendo que había tenido
un percance en el camino, me dijo que le diera veinte minutos para maquillarse
y arreglarse un poco el cabello. se sentó frente al tocador y en la posición exacta que había imaginado
para las fotos, la composición era perfecta y lo único que rayaba era la ropa
que llevaba puesta (unos Jeans azules y una blusa de tiras color rojo).
Sabiendo por experiencia que esos viente minutos podrían fácilmente convertirse
en una hora, le pedí que se pusiera la muda que había llevado para la sesión y
que le haría las primeras fotos mientras se maquillaba a lo que ella me
respondió que no había traído otra muda pues planeaba que
todas las fotos fueran en lencería o desnudos
“como las fotos que publicás en la revista” – me dijo.
Procedió a desvestirse con la naturalidad de una modelo que
está mas que acostumbrada a la cámara empezó a maquillarse cambiando de pose
cada tanto y regalándome una pose más estética en cada cambio.
Durante el shoting, que duró casi tres horas, nunca tuve que dirigir a Laura, posaba con
una naturalidad sorprendente así que conversamos sobre mil cosas que nada
tenían que ver con las fotos, me habló de su gusto por el cine clásico, el arte
renacentista y la música. Me dijo que era la primera vez que le hacían fotos
(cosa que en costó mucho creer), me contó que se dedicaba al teatro y que había
estado en la fiesta donde nos conocimos porque había escrito una nota para la
revista acerca de la bohemia en los artistas.
No recuerdo mucho más de la sesión, salvo el momento de la
despedida, mientras ella se vestía, yo recogía mi equipo a la vez que esperaba
la llegada de mi Uber. Cuando le dije adiós sentí la misma sensación que
sientes de niño al no saber si despedirte o no de beso con una mujer que apenas
conoces, le di el abrazo más torpe del mundo y al girarme para darle un beso
aun más torpe en la mejilla me encontré con que ella había hecho exactamente lo
mismo por lo que nuestros labios se rozaron de la misma manera en que se rozan
las pieles de dos desconocidos al pasar por un lugar estrecho. Pasaron unos
tres segundos de silencio incomodo (que se sintieron como un disparo de
astrofotografia) y ella soltó una ligera risa nerviosa y se sonrojó, intenté
hacer lo mismo para no demostrar mi incomodidad, dije adiós una vez más y me
marché del lugar a un paso que al menos yo consideraba tranquilo.
Comentarios
Publicar un comentario