Súcubo, has vuelto a
cambiar, tus senos son ahora más pequeños, tus caderas más angostas y
aunque se hayan estrechado tus puertas ahora entro en ellas con mayor facilidad,
sin más palabras previas que las estrictamente necesarias, sin control de acceso,
ni coctel de bienvenida. Es por eso que, aun habiéndote visto desprendida de
tus prendas, sigo sin ver tu desnudez, no sé de tus miedos, tus sueños, ni tus
pasiones, me impides conocerte y es así como me atas.
¿Cuántos secretos se ocultan tras tus iris? ¿Por qué acaricias
con las uñas y besas con los dientes? ¿Qué dolor esconde la cicatriz de tu muñeca?
¿Por qué vestida miras siempre al suelo y desnuda a mis ojos? Nunca obtengo
respuesta, pero espero cada visita como quien espera una secuela y acepto las
secuelas de cada visita, el sangrado de mi espalda, la hinchazón de mis labios,
los cabellos arrancados de mi barba o la quemadura que deja en mi hombro el
cigarrillo que enciendes al sentirte satisfecha.
Así salto al abismo en el borde de tu cama, como quien
tropieza en la oscuridad y sigue buscando, explorando un paisaje del que nunca tendrá
un mapa, como quien reza al que ignora sus plegarias o quien se siente culpable
al encender un cigarrillo y sabe que no será el último.
Quizás un día conozca tu desnudez y no la
encuentre bella, quizás me canse de explorar el vacío, de las camas que también
son cuadriláteros, del sexo con odio y los silencios incomodos, quizás un día me
desencante el misterio, quizás ese día escriba sobre ti.
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