Seguramente ese cóctel era un trailer de la mujer que estaba a punto de conocer; intenso, infantil, empalagoso, excesivamente dulce y sobre todo traicionero. Un trago suave, de esos que pasan con la misma dificultad que un jugo de mango, que aparentan un porcentaje alcohólico casi nulo y no revelan su naturaleza hasta que es muy tarde y te levantas confiado al baño.
Quizás el mezclar tragos y mi ego, incapaz de rechazar a quien alaba mi
trabajo, fueron quienes influenciaron el ‘'la casa invita” que respondí a su “¿cuánto
cobrás por sesión?”
Algo así fueron mis primeros contactos con Laura, varias copas de un
cóctel inofensivo que, para mi sorpresa, acabaría por embriagarme.
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